jueves, 27 de marzo de 2008

De la capa un sayo

Economía
De la capa un sayo

¿Hasta qué punto pueden aplicarse cambios sin reajustes en la política
del régimen?

José Hugo Fernández, La Habana

jueves 27 de marzo de 2008 6:00:00

Crece por días el número de quienes consideran, con razón, que ningún
otro cambio puede esperarse hoy en la Isla más allá de pequeños remedios
en la economía, que actúen como respuestas aliviadoras para las
apremiantes demandas del pueblo y, a la vez, como pruebas de crédito
ante la presión internacional.

También parecen ser muchos quienes se contentan con la "novedad", toda
vez, dicen, que representa un paso, por más lento que sea, hacia empeños
futuros.

La conformidad ante el hecho de que se emprendan aquí reformas netamente
económicas, como maniobra para evitar o demorar los cambios políticos,
está haciendo coincidir a los cómplices y a los críticos del régimen, en
virtud de un pragmatismo reductor que no refleja menos la posición de
los propios analistas que la actitud que estos prevén en los proyectos
gubernamentales.

Sin embargo, no estaría de más preguntarse hasta qué punto pueden ser
aplicados cambios de alguna consideración en nuestra vida económica sin
que supediten o amolden o arrastren reajustes en los presupuestos políticos.

Quizás el régimen haya llegado tan lejos en el entretejimiento
(totalizador, obsesivo, enfermizo) de sus redes de poder, que ya no le
resulte factible hacer nada, mucho menos en materia económica,
estableciendo límites entre sentido práctico y politización, por muy
astutamente que intentase hacerlo.

Todo es político para el régimen. Y en política todo se reduce para
ellos al dogma que aconseja la asfixia del individuo como ente
independiente, así que peligroso, opuesto a la homogeneización social
que sirve de base a su dominio.

Mera estrategia de supervivencia

Entonces, para empezar, conviene que tengamos claro cuáles son los
componentes esperanzadores o consoladores de las tales reformas o
transformaciones "económicas" que se dice están siendo introducidas en
la Isla.

Porque si se trata, por ejemplo, del incremento de la pequeña empresa
privada o de la desestatización de la agricultura, más valdría no
ilusionarnos en la víspera, pues, con todo y lo que digan, es muy poco
probable que estas variantes económicas constituyan prioridad para el
régimen, quien las tiene marcadas como amenazas en lo político. En el
mejor de los casos, si se viese obligado a transigir, trataría de
contaminarlas tanto con sus condicionantes políticas que al final no
resultarían efectivas.

Otra de las medidas que está en el candelero es la eliminación de la
doble moneda. El régimen la asumirá sin duda, porque no tiene
alternativas. Lo que resta por ver es cómo va a hacerlo. Y justo la
forma en que lo haga debe fijar hasta qué punto esta medida terminaría
resultando más política que económica.

Si la unificación monetaria se consigue mediante un proceso racional y
auténticamente efectivo, tal medida representaría por si sola la mayor
victoria política que puede obtener hoy el régimen, en tanto significa
que ha logrado revertir la crisis económica y que está en condiciones de
elevar en la concreta el valor de la moneda nacional, de implementar
ajustes entre los salarios y los precios de productos y servicios, y de
garantizar normales afluencias en el mercado.

Si, en cambio, esta eliminación de la doble moneda responde a manejos
superficiales o a efectos remediadores que no se fundamentan en avances
(estables, sólidos, palpables a ojos vista en la calle) de la economía
nacional, el régimen estará certificando que no le queda nada por hacer
en materia económica ni política, como no sea continuar imponiéndose
durante un tiempo más, a la tremenda y con rejuegos de astucia
condenados al estercolero.

Quedan algunas otras medidas, como la reforma empresarial, cacareada
durante decenios pero siempre nula en la práctica; o el incentivo a la
inversión extranjera, mientras se impide invertir a los cubanos del
exterior, entre los que no son pocos los que pueden hacerlo y están
dispuestos. ¿Cómo congeniar, sin que prime lo político sobre lo
económico, la descalificación de inversionistas nacionales con el
incentivo a la inversión extranjera?

Y queda, claro, el aumento de la existencia de frijoles y boniatos en el
mercado, o la relativa y a todas luces pasajera mejoría del transporte
público.

¿Podría afirmarse sin pecar de ingenuidad que estas variantes, al igual
que las anteriormente mencionadas, no implican tanto a la política como
a la economía? Lo probable es que su real sustentación sea eminentemente
política y que lo que está en juego con su alcance o su fracaso sea
sobre todo el futuro político del país, toda vez que se trata de medidas
de elemental emergencia.

Entonces, muy bien puede ocurrir que eso que hoy tomamos como
pragmatismo económico no indique sino que el régimen está haciendo otra
vez de su capa un sayo, o para decirlo en buen cubano: lo que le sale de
su mondongo, con tal que no pase de ser mera estrategia de supervivencia
política.

Y si es así, tampoco resultaría exacto asegurar que en Cuba aquello que
la gente de a pie demanda, por lo general, del régimen se diferencia
mucho de lo que reclama la disidencia. No es verdad que lo único que el
pueblo desea es aumentar su per cápita de frijoles. Pero dadas nuestras
especiales circunstancias, tampoco es verdad que las medidas para
aumentar los frijoles sean soluciones duraderas si no vienen juntas de
mayores libertades para la acción individual, para la iniciativa y la
expresión, y la capacidad de elección entre la gente. Y esto es, ni más
ni menos, lo que reclama la disidencia.

http://www.cubaencuentro.com/es/encuentro-en-la-red/cuba/articulos/de-la-capa-un-sayo/(gnews)/1206594000

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