martes, 29 de julio de 2014

El duro oficio de volver al campo cubano

El duro oficio de volver al campo cubano

Por Ivet González



LA HABANA, 28 jul 2014 (IPS) - Casas distantes y pequeños sembradíos se

entremezclan en el camino a la finca La China, en la periferia de la

capital de Cuba. Allí trabaja Hortensia Martínez, una ingeniera mecánica

que muchos tildan de loca por haber decidido convertirse en campesina.



"Nuestra historia no es común", dijo a Tierramérica esta mujer de 48

años, en la entrada a la parcela de algo más de seis hectáreas que en

mayo de 2009 se le otorgó en usufructo a su esposo, Guillermo García, en

Punta Brava, en el municipio de La Lisa, un suburbio del oeste de La Habana.



Desde uno de los límites de La China se ven tierras ociosas hasta el

horizonte. Según cifras oficiales, en 2013, este país insular tenía

1.046.100 de las 6.342.400 hectáreas cultivables en esa situación.



La falta de personas interesadas, con recursos y fuerzas para producir

más alimentos, es uno de los obstáculos para el avance de la reforma

económica iniciada en 2008 y que pone el acento en el sector

agropecuario en un país urgido de incrementar la producción y abaratar

los precios.



Entre los factores que atentan contra el despegue agrícola hay

realidades de las que se habla poco, como el abandono de las áreas

rurales décadas atrás, que vació los campos cubanos.



De los 11,2 millones de habitantes, apenas dos millones y medio pueblan

las zonas rurales cubanas, según datos de 2013 aportados por la estatal

Oficina Nacional de Estadísticas e Información.



La mitad de la población rural la constituyen mujeres, pero por la

cultura machista no suelen trabajar directamente la tierra. Para que eso

cambie, las autoridades reforzaron las estrategias para incorporar más

fuerza femenina al campesinado, aunque el avance en esa dirección se

reconoce que es lento.



En abril se registraron 65.993 mujeres asociadas a las cooperativas

agrícolas del país, frente a las 64.063 de febrero de 2011.



Tanto en ciudades como en pueblos, Cuba envejece de manera acelerada e

irreversible. Para 2025, se pronostica que las personas de 60 años y más

representen 25,9 por ciento de la población total.



"La finca fue una forma de volver a nuestros orígenes", confesó Martínez

que, como su esposo, desciende de una familia campesina de Granma, a 730

kilómetros al este de La Habana.



Por décadas, las madres y los padres agricultores colocaron orgullosos

en las paredes de sus casas los títulos universitarios de sus hijos, que

accedieron gratuita y masivamente a la educación por los planes

implementados tras la revolución, en 1959.



Esas generaciones educadas emigraron a las ciudades para trabajar en sus

nuevas profesiones.



Además, en los años 80 se pensó que era más barato importar alimentos

que desarrollar la agricultura, gracias al comercio subsidiado con el

bloque de la hoy extinta Unión Soviética. El colapso de aquel bloque

comunista, en 1989, sumió a la economía cubana en una crisis que llega

hasta estos días.



Uno de los resultados de la crisis fue que los profesionales pasaron a

ganar menos que los productores de bienes.



"Nos incorporamos a la labor agrícola para sustentar a la familia",

aseguró Martínez al explicar que en la finca trabajan también sus

sobrinos y los de su esposo.



"Ahora tenemos una alimentación más sana y mejor economía", contó. Crían

conejos, carneros, cerdos y 18 especies de aves. Además cultivan

verduras, tubérculos y frutas.



En La China, hay una larga nave para conejos, varios corrales, extensos

surcos y hasta un ranchón, como se llama en Cuba a una hilera de

columnas de madera con un techo de paja del que cuelgan plantas en

tiestos, que adorna el lugar y sirve de descanso.



Pero "todavía no tenemos casa aquí. Ojalá me la aprobaran", lamentó

Martínez, que a diario debe recorrer cinco kilómetros de ida y de vuelta

desde su hogar hasta la finca, donde deja un custodio nocturno.



El Decreto Ley 259, de 2008, abrió las posibilidades a las personas

naturales y jurídicas de solicitar tierras ociosas en usufructo de 10

años prorrogable, pero no fue hasta 2012 que otra norma, la 300,

permitió la construcción de viviendas en esas parcelas.



"Es un trámite muy engorroso", lamentó la productora.



La burocracia es un mal crónico del sector, muy controlado por el

Estado, incluso la porción en manos privadas.



Durante la sesión en el parlamento del 5 de julio, se informó la

reducción de 41 por ciento del personal del Ministerio de Agricultura y

sus delegaciones provinciales y municipales, donde se mezclan razones de

ajuste económico y de minimización del burocratismo.



De las tierras cultivadas, 26,6 por ciento están en manos privadas, 21,7

por ciento en usufructuarios y el resto es de propiedad estatal y

cooperativas.



"Es muy difícil volver al campo si no se tienen conocimientos, capacidad

y posibilidades económicas", valoró Mireya Ramírez, de 44 años, que dejó

su trabajo de informática para dirigir la parcela familiar cuando su

suegro se lesionó una mano.



Hasta hace cinco años, contó Ramírez a IPS, ella no sabía nada de

labranza aunque vivía desde que se casó en la finca Los Solos, en Campo

Florido, también en la periferia habanera.



"Si las tierras están lejos se necesita transporte para llegar. Producir

en serio lleva un capital financiero fuerte", aseguró. "Para mí fue muy

difícil rotar el capital para diversificar la producción, y eso que

recibí cosas hechas", dijo la ahora agricultora.



Pero, finalmente, "ahora tengo liquidez como nunca antes", dijo sonriente.



Las autoridades abrieron además microcréditos para agricultores, tiendas

con algunos implementos y semillas, elevaron la retribución por los

productos de la mayoritaria cuota destinada al Estado y se le permitió a

entidades turísticas comprar directamente a los productores, etrne otros

cambios.



Pero agricultores y especialistas dijeron a IPS que son medidas

insuficientes.



"Falta más amplitud y generosidad en las políticas, desde más créditos

para comprar semillas y crías, hasta facilidades para alquilar o comprar

vehículos y construir casas, almacenes, corrales y vías de acceso a los

campos", opinó el periodista Roberto Molina en un conversatorio

interactivo digital promovido por Tierramérica en Cuba.



Los rostros de los productores agropecuarios varían según la cercanía

con los centros urbanos y el desarrollo económico de cada provincia.



En la periferia capitalina y las provincias occidentales como Mayabeque,

Artemisa y Matanzas, hay familias campesinas prósperas que tienen

automóviles y viviendas confortables.



Mientras, en las montañas y lugares intricados mucha gente habita en

bohíos (casas de bahareque o madera), con pisos de tierra y letrinas en

seco, que carecen de luz y de agua.



"Mi experiencia de muchos años recorriendo el campo cubano me dice que

la actividad social es pobre, llena de limitaciones y carencias. Los

salarios de los agricultores no les alcanzan para cubrir sus necesidades

primarias", explicó a IPS el agroecólogo Fernando Funes-Monzote.



El profesional, de 43 años, también está echando a andar junto con su

familia la Finca Marta, en Artemisa, la provincia colindante con La Habana.



Publicado por la red latinoamericano de diarios Tierramérica



Source: El duro oficio de volver al campo cubano | IPS Agencia de

Noticias -

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