jueves, 22 de septiembre de 2011

Los robots de Castro

Tecnología

Los robots de Castro
Armando Rodríguez
Miami 22-09-2011 - 10:09 am.

Triunfo, caída y resurrección de un grupo de científicos cubanos. Su
historia, en forma de libro, se presentará en Miami el próximo sábado.
DDC adelanta una parte.

Graduado en 1970, con larga experiencia en el mantenimiento y reparación
de cohetería antiaérea y en la investigación de los circuitos integrados
en una laboratorio de la Universidad de La Habana, Armando Rodríguez,
Mandy, recibió en 1981 una negativa a su petición de cursar un
doctorado. Su defensa de la literatura especializada estadounidense por
encima de los textos soviéticos fue la causa declarada de tal sanción. Y
fue también forzado a dejar la cátedra que dirigía en el centro de
estudios habaneros.

El castigo, sin embargo, le fue sumamente productivo. Porque cinco años
después, desde un oscuro almacén de viandas en las afueras de la Habana
que le permitieron usar, logró reunir a un conjunto de mentes
brillantes, que como él, habían sido desechadas por el sistema. Usando
unas primitivas computadoras personales, ese grupo logró desarrollar
tanto productos electrónicos como software para procesar imágenes
médicas y hacer controles para robots y máquinas herramientas. Y fueron
tan sonados sus éxitos que la noticia llegó a oídos de Fidel Castro y, a
fines de 1987, bajo el nombre de EICISOFT, el equipo se mudó del almacén
de viandas a un edificio que les fue construido en El Vedado.

Sin llegar a ser nunca militante del Partido Comunista, Armando
Rodríguez pasó a ser director de un centro nacional y alcanzó a viajar
por una quincena de países. Sin embargo, lo elevado de su posición no
disminuyó sus confrontaciones con el Partido Comunista y en 1992 buscó
refugio en EE UU, dejando más de veinte años de sólido prestigio para
empezar desde cero a los 47 años.

En EE UU trabajó como consultor para JVC, inventó métodos para calcular
campos de antena de TV con ITELCO, hizo efectos de video, hasta lograr
su propia compañía, que comercializó un conmutador telefónico digital
desarrollado por él. El producto, nombrado Omnibox, fue conocido como
"The Armando Box". De manera que él llegó, gracias a su trabajo, a
hacerse un nombre en esa industria.

Quienes pertenecieron alguna vez a EICISOFT y escaparon al exilio
crearon en 1997 un foro en internet donde cada uno de ellos pudo conocer
la verdadera historia de quienes habían sido sus amigos o colegas en
Cuba, sin necesidad ya de mantener las apariencias ni de ocultar ningún
dato comprometedor.

La recuperación y revisión de todas esas historias despertó en ellos la
idea de escribir un libro sobre el tema, y el propio Armando Rodríguez
se encargó de ello. La editorial Eriginal Books publica ahora Los robots
de Fidel Castro, el libro que recuenta la odisea de ese equipo de
especialistas en Cuba, y DIARIO DE CUBA ofrece en adelanto su
introducción y algunos de los esbozos biográficos de los protagonistas
de esta historia escrita por Armando Rodríguez.

A manera de prólogo

La creación de EICISOFT, que bastante más tarde se convertiría en el
Centro Nacional de Robótica y Software, no tiene un momento en el tiempo
que pueda determinarse con certeza. Algunos toman como fecha de
nacimiento el 1981, cuando llegaron aquellas dos primeras
microcomputadoras de Japón en las que se desarrolló aquella primera
aplicación para el control de embarques de MEDICUBA. Otros antiguos
miembros la postergan hasta el año 1982 en que fuimos ya cinco con un
local. La alta nomenclatura del Big Brother nos empieza a tener en
cuenta en 1984. En cualquier caso, para mí, en algún día del año 2006
o el 2007 se cumplieron 25 años del comienzo de EICISOFT. Me ha tomado
todo este tiempo apagar la pasión lo suficientemente para entender qué
fue lo que pasó. Si bien el tiempo borra mucho elemento anecdótico, es a
esta distancia que se hace posible una mejor caracterización de los
personajes en su contexto y lo que me permite explicarme cómo es que
pudo surgir y por qué es que no pudo durar.

La discursiva comunista acostumbra a poner la "necesidad histórica" por
encima del papel de los personajes que la protagonizan y con esto,
reafirmar su fe en el materialismo histórico marxista. Éste enseña que
una vez creadas las condiciones objetivas, los personajes necesarios
surgen para producir el cambio cualitativo. Yo no creo esto, pienso que
las condiciones se crean muchas veces sin que pase nada. Es sólo la rara
coincidencia de personajes en posiciones, tiempo y espacio lo que
realmente completa el contexto. Consecuente con esta convicción, la
redacción de la historia central de este libro se hará en primera
persona y se narrará a través de los personajes que en ella
intervinieron. Asociados a esta historia central hay otros cuentos y
ensayos que pueden leerse tanto al momento de ser referidos como después.

'Mandy', el padre de la criatura

Lo de "padre" no tiene ese sentido de "El Padre de la Patria" o "Padre
de la Radio" como se ha denominado a muchos próceres, sino más bien con
el imberbe que preñó la novia experimentando con el sexo. Mi nombre, de
acuerdo al registro civil y fe de bautismo, es Armando Rodríguez Rivero,
pero alguien alguna vez, creo que fue mi tía Magda Rivero, me puso el
"Mandy" que me acompañó durante los 47 años que viví en Cuba, incluyendo
lugares no propios para los sobrenombres, como lo son el ejército y el
profesorado universitario.

Mandy llegó a ser el nombre por el que se me conocía a cualquier nivel
de gobierno y el que se usaba hasta para presentarme en entrevistas
televisivas. Llegué a pensar que ese apodo me acompañaría hasta la
muerte, pero ya en los Estados Unidos, donde, de la misma forma que los
Joseph son Joe; los Richard, Dick y los James, Jimmy y las Amanda son
Mandy, por inconcordancia de género, el apodo ha ido cayendo en desuso.

Después de impartir las asignaturas de Electrónica y Electromagnetismo
por diez años, en 1981, a Mandy terminaron por botarlo de la Universidad
por falta de confiabilidad política. Lo curioso es que no tuviera la
agudeza de percibir la maldad intrínseca del sistema, todo lo contrario,
creía en aquello y la emprendía con todo lo que fuera contrario a los
ideales de libertad y justicia que creía que la Revolución representaba.
Estaba en contra de la asistencia obligatoria a clases, veía que la
libertad y la responsabilidad individual iban juntas, sin darme cuenta
que al combatir la asistencia obligatoria estaba yendo contra el sistema
mismo. Rechazaba el promocionismo, lo veía como un vicio y como tal lo
combatía, no me percataba que estaba también en la naturaleza del
sistema diluir la individualidad en el colectivo. Pensaba que la ciencia
estaba por encima de la política y que los mejores libros, lo mejores
cursos, los mejores métodos docentes, eran aquellos que enseñaban a
pensar de manera crítica, a imaginar y a crear. Consecuente con mis
ideas, defendía los cursos de Berkeley, los del PSSC (Physical Science
Study Comitee) y las Lectures in Physics de Richard Feynman.

Mientras mi simpatía por Richard Feynman se transparentaba en mis
conferencias, su electrodinámica cuántica, que le valió el Nobel, estaba
excluida del currículo en la Universidad de la Habana. Todo lo que yo
defendía y lo que me simpatizaba tenía una cosa imperdonable en común:
no solo era capitalista, sino americano. Si a todo eso le sumamos que mi
padre vivía en los Estados Unidos y que me había ido a ver a Suecia
durante mis estudios allá, y que la Seguridad del Estado conocía de ese
prohibido encuentro que inútilmente insistía en negar, hay que llegar a
la conclusión de que mi expulsión de la Universidad, aun con el
atenuante de mis servicios en la Campaña de Alfabetización y la Tropas
Coheteriles Antiaéreas era, como bien les gusta decir a los comunistas,
una "necesidad histórica".

Bueno, para ser exactos, no llegaron a aplicarme ninguna de aquellas
terribles resoluciones, después de la cuales al sancionado le quedaban
pocas opciones laborales dentro de aquel engendro socialista llamado el
"calificador de cargos". Simplemente, me dieron a escoger entre irme
para "la microbrigada" por un tiempo indefinido o simplemente abandonar
mi cátedra.

Nunca he tenido tendencias suicidas personales o profesionales, por lo
que la decisión fue obvia.


'Villo', Maquiavelo del socialismo

Mis seis años de servicio en las tropas coheteriles me procuraron un
buen prestigio técnico y éste había llegado, a través de algunos de mis
compañeros de armas, a un polémico personaje conocido por Villo. A la
sazón, Antonio Evidio Díaz González, alias Villo, estaba al frente de la
Dirección de Instrumentación Electrónica (DIE) del Centro Nacional de
Investigaciones Científicas (CNIC).

Lo de polémico era porque Villo combinaba virtudes como la inteligencia
y la valentía con los métodos de dirección menos ortodoxos. Esto hacía
que, a modo de chiste, se le declinara el apodo al de "Villano". A Villo
lo movían objetivos nobles, enmarcados en una visión patriótica de
desarrollo tecnológico. Para lograrlos, empleaba magistralmente lo que
en inglés se conoce como leverage, esto resulta menos sórdido que
emplear términos en español como chantaje, intriga, etc. Tampoco se
detenía Villo en recompensar materialmente, por "debajo de la mesa", a
quién le servía en sus empeños. Sus altos ideales justificaban
moralmente esas acciones.

En el contexto cubano —y cito a Raúl Roa—, lo único que no te puede
pasar es "caer pesado" y Villo tenía la virtud de caerle bien hasta
aquellos que los consideraban un bandido. Villo, a diferencia del
dirigente típico de socialismo cubano, mostraba un gran respeto por el
talento técnico y comprendía que éste no solía acompañarse de una gran
docilidad ante los lineamientos del Partido. Fue esa característica la
que hizo que me ofreciera trabajo en el DIE. En cambio, Villo parecía
considerar que el talento era necesario solo para la técnica, ya que el
personal administrativo con que se rodeaba solía estar desprovisto
totalmente del mismo.

Villo era un maestro en eso de darle la vuelta al socialismo. Él sabía
que un "botao" de la Universidad no iba a pasar por el finísimo filtro
político del CNIC, por lo que usó el subterfugio de emplearme por la
EDAI, una empresa del Ministerio del Azúcar que recibía muchos servicios
del DIE. Su influencia sobre aquella empresa emanaba, no solo de los
mencionados servicios, sino de su estrecha relación con su compañero de
estudios de ingeniería y, a la sazón, ministro del Azúcar, Marcos Lage.

Esto último y la habilidad de Villo, me salvaron de que me botaran por
motivos políticos una segunda vez.

Romero de Medicuba, 'El Decano'

Villo me dio la oportunidad de destacarme como diseñador electrónico y
la aproveché. Utilizó esos logros para procurar que se me permitiera
volver a viajar y me envió en 1981, con la empresa de comercio exterior
Medicuba, a una exposición de equipamiento médico en Riazán, cerca de
Moscú. Allá se llevó en exhibición, entre otros productos relativos a la
medicina, un equipo de soldadura por puntos para ortodoncia que yo había
diseñado. Este viaje tuvo una gran importancia, porque fue allí que pude
intimar con otro personaje que tuvo mucho que ver con su surgimiento de
EICISOFT, Orlando Romero, director de Medicuba.

Había conocido a Romero durante mi estancia en Suecia entre 1973 y 1974.
Fue por aquella época que asumió la dirección de Medicuba, teniendo poco
más de treinta años. Cuando volvimos a vernos en Riazán, Romero era el
decano de los directores de empresas del Ministerio de Comercio
Exterior. Esas posiciones eran muy codiciadas, las posibilidades de
malversación y aprovechamiento eran enormes comparadas con cualquier
otro puesto de similar responsabilidad. Precisamente por esto, era que
esos directores estaban bajo el más severo y minucioso de los
escrutinios. Además de cuidarse de no tener deslices reales, debían
defenderse contra las intrigas de todo tipo por parte del ejército de
oportunistas que les envidiaban sus puestos.

Romero era, al contrario de Villo, todo austeridad en lo personal,
cualquiera de sus subordinados se beneficiaba más que él desde
posiciones con oportunidades mucho más limitadas. Él se complacía en
permitirlo dentro de ciertos límites, lo que le procuraba un fuerte
apoyo desde abajo. Contrario también al típico criollo que solía ser
notoriamente promiscuo, Romero no se tomaba libertades sexuales, ni
dentro, ni fuera de Cuba, pero si tomaba nota de las libertades que el
resto se tomaba. Le sabía a todo el mundo, pero nadie le sabía nada a
él, no por gusto era "El Decano".

Mientras yo me adentraba en los intríngulis de circuitería
crecientemente digital de la época, en los altos niveles se movían las
piezas. Marcos Lage abandonaba el Ministerio del Azúcar y se convertía
en el Ministro de la Industria Sidero Mecánica (SIME). Marcos Lage movió
a Villo del DIE para crear la Empresa de Instrumentación y Control
Industrial (EICI), y Villo se llevó con él a una selección del DIE
atendiendo a uno de dos criterios: resultados técnicos o
incondicionalidad. Con los incondicionales formó su acostumbradamente
mediocre staff de dirección y con los técnicos formó varios grupitos,
uno de ellos alrededor del ingeniero José Ramón López, o simplemente López.

López, 'el ermitaño'

Agudo, rebelde y talentoso, hubiera sido una buena selección para
iniciar el think tank al estilo Hewllet Packard o MIT con que soñaba
Villo, de no ser porque su desencanto con el sistema lo hacía tender al
aislamiento. López había apoyado con entusiasmo a la Revolución en su
época de estudiante, tengo entendido que llegó a ser un alto jefe de las
milicias universitarias, pero desilusionado con el rumbo que habían
tomado las cosas, terminó alejándose de la ingeniería y refugiándose en
el estudio de la fisiología. Con ese conocimiento de las ciencias y la
matemática que normalmente le falta a los médicos, López impresionaba
con su dominio del tema, pero no se integraba a ningún equipo de trabajo.

A instancias de Villo, López acepta dirigir ese grupo, pero con la
condición de hacerlo desde su casa. El grupo de López no tuvo nunca más
de dos personas: Humberto Lista, talentosísimo ingeniero que vino
también del DIE y yo. López tenía muchas ideas de equipos sencillos
relativos a preparación física y la nutrición. Yo le implementé uno de
ellos con tecnología digital, el Saltímetro, equipo que medía la altura
de un salto por el tiempo que se estaba en el aire. Este trabajo me
procuró mi primer encuentro con Fidel Castro. Marcos Lage seleccionó el
Saltímetro para figurar entre un grupo de equipos relativos al tema de
la salud que se expondrían en el Consejo de Estado y, habiendo sido
baloncestista en su juventud, Fidel no pudo sustraerse a la tentación de
probar el Saltímetro que yo exhibía. Al terminar, los expositores fuimos
invitados a un brindis en el que, aparte de manjares y licores finos, se
nos brindó nada menos que una copita de leche de Ubre Blanca. Esta
supervaca era la noticia del momento. Se sugería por la prensa radial y
escrita, que era la culminación de los largos esfuerzos en el tema de la
genética ganadera del máximo líder. Lo que más me impresionó de aquel
primer encuentro fue, que las enormes diferencias jerárquicas entre
técnicos como yo, directores como Villo y ministros como Lage, se hacían
despreciables ante la presencia de Fidel Castro.

Villo le pasó varias tareas a ese grupo de López, una de las cuales fue
la de crear una valla lumínica con movimiento, como las que había antes
de la Revolución anunciando diversos productos y marcas comerciales. La
idea era ver si la electrónica podía reemplazar los complicados
engendros electromecánicos que se usaban para las mismas en la década de
los 50. En aquella época, las ideas se me ocurrían a tropel y no sólo
ideé una solución usando memorias programables del tipo PROM
(Programable Read Only Memory), sino que la implementé en un modelo
miniatura.

Cuando Villo me llevó con mi valla en miniatura a una oficina del DOR
(Dirección de Orientación Revolucionaria) en el edificio del Comité
Central, enseguida compraron la idea y ofrecieron financiar una en
grande para la celebración del Congreso de la Federación Sindical
Mundial de 1982 a celebrarse en La Habana. Esto preparó el escenario de
manera que, cuando apareció un entrenamiento en Japón para producir
autoclaves Sakura en Cuba, fuera yo la opción que mataba dos pájaros de
un tiro.

Pero así y todo, no era fácil convencer a la Seguridad del Estado para
que dejara salir, nada menos que a Japón, a un "botao" de la Universidad
por falta de confiabilidad política...

http://www.ddcuba.com/cuba/7088-los-robots-de-castro

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