miércoles, 27 de noviembre de 2013

Trabajar

Trabajar

VERÓNICA VEGA | La Habana | 27 Nov 2013 - 8:33 am.



¿Quiénes trabajan en Cuba y por qué?



Cuando una ve las paradas llenas de gente que madruga para ir al trabajo

en Cuba, se pregunta qué magnetismo puede provocar tal flujo a pesar de

años de salarios "simbólicos".



Incluso con el sentido de culpa que se nos inculcó a los nacidos en los

70 y 80 con respecto al dinero —culpa que todavía se explota cuando se

trata de azuzarnos contra los inconformes políticos)—, una lógica

elemental nos hace relacionar trabajo-salario-precios. Y la vida se

encarga de demoler, de golpe o de a poco, el exceso de idealismo.



Claro, entre aquellos que llenan las guaguas al amanecer están quienes

reciben parte de su mensualidad en divisas, que nunca son suficientes

pero algo alivian. Y los que compensan las cifras que faltan al jornal

sustrayendo recursos cuya prolijidad depende de su falta de escrúpulos.



Los motivos por los que la gente mantiene un empleo estatal van del

"privilegio" de acceder a internet, un horario abierto que les permite

alternar con funciones más lucrativas, a la mera inercia o el miedo a no

tener pensión en la vejez, por más que en las calles la visión de

maltrechos ancianos vendiendo bagatelas o incluso mendigando, nos

recuerden el resultado de décadas de trabajo.



Sé de una enfermera, amante de su profesión y querida por todos sus

pacientes, que se retiró, entre otras causas, porque sobre ella recaía

la responsabilidad de comprar el detergente con que lavar el material de

la enfermería. Cuando no pudo asumir el gasto y le expresó a un paciente

su imposibilidad de atenderlo por no tener jeringuillas estériles, la

reacción de sus superiores fue prácticamente estigmatizarla. Delatar

ante la población las deficiencias internas del sistema de salud es

visto como una traición política.



Sé de un maestro que dejó su profesión por lo "simbólico" e inoperante

de su sueldo. Viendo las recientes reformas salariales para los

deportistas, una se pregunta por qué los docentes y el personal de salud

no son incluidos en esta nueva estrategia.



¿No bastan para clasificar como reformables el imparable éxodo en ambas

funciones, o el patente deterioro de la educación y la salud pública?



Pero lo más asombroso es chocar en la prensa, en la televisión, en

respuestas "oficiales", con un enfoque nuevo y recurrente. La urgencia

de iniciar alternativas empresariales, pues "ya es hora de dejar de ser

una carga para el Estado".



La independencia es el precio primero de la dignidad, es cierto. Ahora,

en qué momento de la historia de este país la población entregó de forma

espontánea su autonomía económica. En qué acto masivo donde no estuve,

los cubanos dijimos que no queríamos ser independientes.



Así como se nos recalcaba el valor de la soberanía, paradójicamente se

daba por sentado que el Estado monopolizaba empresas y ministerios

porque era el administrador de nuestros intereses. Porque el Estado

representaba al pueblo. Y estaba tan intrínsecamente unido al Gobierno o

a la revolución que no había modo de diferenciarlos. Detalle que tampoco

importaba porque el primer requisito para ser revolucionario, y por

extensión cubano, era la confianza.



De las clases de historia o los intentos de aproximación al marxismo,

todavía recuerdo la demonización del concepto de empresa privada. Crecí

convencida de que negociante era sinónimo de delincuente.



De pronto se produce una escisión (por demás cuestionable) entre

Gobierno y Estado, se redime la privatización, y la prosperidad tan tabú

se promueve hasta en el desfile por el Primero de Mayo.



Pero además se nos apremia a volar, ¡ya! No importa si no hemos

desarrollado las plumas, si nuestras alas están atrofiadas. No importa

si el mismo Estado que reclama nuestra responsabilidad no se

responsabiliza de garantizar insumos en la aventura cuentapropista.



Sin embargo, una vez más, el pueblo reacciona a la altura de las

expectativas que se le imponen. El cómo es irrelevante, éste siempre ha

sido un país surrealista. Se abren nuevos y más llamativos negocios, se

ahonda más la brecha entre las ya visibles clases sociales.



Los precios en comercios, taxis, espectáculos culturales —las reglas

para ser respetado, que incluyen como primer paso tener un teléfono

móvil—, todo se va poniendo a tono con esta sociedad triunfal que se

filtra en la vieja, acaparando más y más espacio.



No importa los que queden rezagados. Los que no reciben remesas, o no

consiguieron a tiempo un trabajo "lucrativo", o les sobran los

escrúpulos. O los que los sorprendió el ocaso entre uno y otro camino, y

carecen de fuerzas y hasta salud para comenzar de cero.



El feroz capitalismo del que les alertaron siempre y contra el que

lucharon tanto, les pasará por encima.



Así que mientras se activan los rescoldos del pudor al dinero para

demonizar a los periodistas independientes, no pagados por el Estado, se

precipita al vacío de una improvisada libre empresa a jóvenes y viejas

generaciones.



Los que no tengan cómo dar ese salto, y mientras no entren en la

terrible categoría de "disponibles", seguirán aferrados al pedacito que

tienen, seguirán corriendo a las paradas al despuntar el día. Y el

futuro los sorprenderá en las calles vendiendo bolsas de nailon, o con

la mano extendida, o con la mirada opaca en algún lóbrego inmueble.



Source: "Trabajar | Diario de Cuba" -

http://www.diariodecuba.com/cuba/1385251894_6055.html

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